Escribiendo tras las rejas
Los cuentos de Carlos Toro y Héctor Palomino -internos del Centro Penitenciario de Antofagasta- lograron aparecer en la selección de Antofagasta en 100 Palabras, que se lanzó el mes pasado. Acá, nos cuentan cómo llegaron a escribir y postular.
Previo al lanzamiento oficial del libro con el resumen 2015, la producción de Antofagasta en 100 palabras -concurso de cuentos que este año va por la séptima versión- decidió reconocer a dos exinternos del Centro Penitenciario de Antofagasta que mandaron sus textos y lograron aparecer en los cien mejores: Héctor Palomino y Carlos Toro. El evento se hace en el Centro de Educación y Trabajo (CET) de Gendarmería, en Barón de la Riviére, y los invitados ya están sentados. Paz, representante de la Fundación Plagio, se acerca a los autores para preguntarles si quieren leer sus textos adelante. Héctor acepta, pero Carlos no.
La chica de la fundación insiste, pero cuando ve que Carlos se mantiene firme, ella asiente. Habla primero el director regional de Gendarmería, coronel Pedro Villarroel. Dice que está satisfecho por lo logrado por los internos y dirige sus palabras a los internos que están sentados y que pronto saldrán con libertad condicional. Es fácil entrar, pero muy difícil salir, recalca. Tras la presentación de Héctor, Paz lee el cuento de Carlos. Aplauso cerrado.
-¿Sabe porqué no quise leer el cuento?- dice a la salida Carlos Toro (44), jockey celeste, lentes de sol oscuros, tatuaje de araña en el cuello- Porque siento que todos me están mirando. Cuando estoy en el supermercado, en la micro, siento que todos me miran.
Carlos lleva cinco meses fuera, tras cumplir su tercera condena. Dice que si sumáramos todos los años que estuvo preso, ha pasado más de la mitad de su vida tras las rejas: 24 años. Está -por fin- en libertad condicional, no quiere volver más a la cárcel, pero siente que la sociedad no lo ha reinsertado como, se supone, es el objetivo tras salir.
La libertad salió pesada, dice. Cinco meses ya, y nadie le quiere dar trabajo. "Pero estoy por intermedio de Gendarmería buscando encontrar pega. Yo no puedo por mis antecedentes, tengo que esperar cinco años", cuenta Carlos.
-¿Y qué sabe hacer?
-Nada. Pero yo trabajo en lo que sea, barriendo, recogiendo basura, en lo que sea.
Carlos necesita urgente un trabajo. Para venir al reconocimiento, el escritor se consiguió unas monedas para la micro y en el evento le prestaron quinientos pesos para volver a la casa de su cuñado, donde se está quedando por ahora. El hombre de jockey muestra un cuaderno azul donde tiene guardados los trece cuentos que escribió cuando pasaba los días encerrado en el penal.
-Yo empecé a escribir no más y dije 'cuando salga a la calle los voy a presentar'. Así llegaron ellos.
Cuando Carlos habla de "ellos" se refiere a la producción de Antofagasta en 100 Palabras. En cada ciudad por la que pasan con su concurso, el equipo realiza talleres de escritura creativa a los internos de los centros penitenciarios del país. En Antofagasta, el curso estuvo a cargo de Patricio Jara. Él no fue a la charla, encontró unas hojas en el piso. Las llenó con sus cuentos, las presentó y no se las aceptaron.
Al año siguiente, cuando Carlos terminaba su cuarto medio dentro del penal, su profesora jefe le aceptó los trabajos y logró pasar los cinco cuentos que tiene cada persona como límite para postular al libro. Y justo, entró uno.
En el trabajo
-¡Palomino!- gritan en el CET.
Héctor Palomino (47) aún está en el penal. Todavía le quedan tres años y hace uno que escribió "Paisaje". Antes de quedar privado de libertad, se dedicaba a la construcción. Le iba bien, pero "la ambición te hace tomar malas decisiones", cuenta.
-Para hacer este cuento me inspiré en la vida real. Uno muchas veces anda en la calle y pregunta por alguna persona que uno conoce, y como no lo ve, cree que está muerto. Pero uno va al cementerio y no lo encuentra, va para la cárcel y está allá.
Como maestro de construcción, a veces llaman a Héctor para alguna peguita, va, la hace, y regresa. "Uno de su comportamiento vive la vida. Si uno se comporta bien, vive bien", explica. Su sueño es salir pronto de acá y dedicarse exclusivamente a la construcción. "A veces uno escoge el camino incorrecto, pero los que sufren son las familias, los hijos. Uno tiene su familia y la quiere. No creo que si tiene el primer tropiezo, vaya a querer tener un segundo".
La vida post libro
Carlos Toro no tiene hijos, ni familia. Las dos veces que estuvo fuera intentó buscar ayuda con su padre, pero fueron tantas las peleas desde su primera condena, cuando tenía 18 años, que al final quedó solo. Ha dormido en la calle, meses incluso.
Dice que ya está bueno. El libro le sirvió para motivarse a seguir escribiendo, un atisbo de lo que quiere hacer con su nueva vida afuera. Pero le urge un trabajo, porque no sirve de nada las buenas intenciones si el entorno no lo apoya. Quiere por fin dejar de sentir que todo el mundo lo está mirando o enjuiciando con sus miradas. Carlos se siente enfermo, dice que puede ayudar en lo que sea, aprendiendo cualquier trabajo, y deja su teléfono por si acaso: 97765926.
El hombre se vuelve a poner los lentes de sol y aprieta el cuaderno azul donde tiene sus cuentos. Toma los quinientos pesos y se sube en una micro 104 rumbo a la casa de su cuñado. Es un día más en la costosa libertad y, espera, uno menos sin pega.