La noche más triste de Antofagasta La noche más triste de Antofagasta
A 25 años del aluvión, el peor desastre natural que conociera la ciudad, los sobrevivientes de la tragedia cuentan cómo fue la noche que se llevó la vida de 92 antofagastinos. ¿Qué tan preparados estamos para algo así en el futuro?
Son muy pocas -raras, de hecho- las veces en el año cuando el cielo de Antofagasta se nubla para dejar caer unas cuantas gotas sobre sus resecos cerros. Y en esas contadas ocasiones, en su casa de la población Rubén Infanta, nerviosa, Ana María Saavedra toma el celular y comienza a llamar a toda su familia para saber si están bien. Su hijo la tranquiliza. "Estáte tranquila, mamita", le dice. Pero hasta que el temporal no pasa, ella no se puede relajar.
Ana María le tiene terror a la lluvia. Han pasado 25 años desde el 18 de junio de 1991, pero cada vez que caen chubascos en este trozo de desierto, todos esos recuerdos que costaron tanto cicatrizar vuelven a su cabeza. Esa lluvia que no paraba nunca, una ola de barro que arrasó con su casa -que en ese tiempo estaba en Circunvalación- y que la dejó en la calle. Sus hijos, Juan Saavedra Saavedra (8) e Hilda Rojas Saavedra (4), fallecieron bajo el lodo.
-Yo tuve mucha ayuda, pero en ese momento no quería nada. Lo rechacé porque estaba sola. ¿Para qué quería cosas si no tenía a mis hijos?- dice Ana María.
Fueron tres horas, entre las una y las cuatro de la madrugada, que en Antofagasta no paró de llover. Hasta ese año, la Segunda Región no acumulaba más de 5 milímetros de agua, pero solamente ese día cayeron 47 mm, en una ciudad que iba creciendo hacia los cerros. Como el suelo no absorbió prácticamente nada de la lluvia, toda el agua caída en la cordillera de la costa se fue quebrada abajo, arrastrando primero escombros y basura; luego autos, casas, personas, todo lo que pilló. En la ciudad murieron 92 personas y 16 personas desaparecieron.
Amalia Caro, de la Villa El Salto, lo recuerda como el fin del mundo. Toda esa población, que por entonces se componía mayoritariamente por viviendas de material ligero, está junto a la quebrada La Cadena. Apenas unos minutos después de que los transformadores de los postes de luz explotaran como si fuesen fuegos artificiales, la casa de Amalia fue una de las primeras que tomó la avalancha de barro.
Junto a toda su familia, Amalia intentó escapar por el techo para subir a la quebrada, hacia unas zanjas que -pensaban- podrían servir de refugio. Pero como la avalancha cedió con la casa, terminó en una especie de isla donde, entre lado y lado, pasaba la ola de barro y escombros.
-Para nosotros esa noche era el fin del mundo- vuelve a meditar Amalia. -Se apagó todo y lo único que escuchamos era el ruido del agua, gente gritando, llorando.
En medio de la noche y la más absoluta oscuridad, sólo se oían gritos de desesperación, confusión y la impotencia de no tener dónde ir. Un paso en falso y todo terminaba. Amalia quedó con graves heridas, debido a una pared que se cayó sobre sus piernas. De madrugada, a eso de las cinco, llegó por fin al Hospital.
De ahí no recuerda nada más.
El día después
La mañana siguiente, la ciudad estaba desolada. Hubo lugares donde el agua bajó con tanta fuerza que el lodo llegó a acumularse casi dos metros. Floreal Recabarren, entonces alcalde de Antofagasta, se reunió con el ministro del Interior, Enrique Krauss. La primera cifra: 20 mil damnificados, 600 viviendas destruidas completamente bajo el barro, 3.600 casas con serios daños. El que fue el primer alcalde de la ciudad tras el regreso a la democracia recuerda esos días como los más difíciles de su vida.
-La situación era muy complicada. No dormí en varios días, ibamos a todas partes, a las poblaciones donde se habían caído las casas ... ayudando, repartiendo colchones, colchonetas.
Mientras la municipalidad, la Onemi y la intendencia buscaban repartir el agua potable que iba llegando por aviones y barcos a la ciudad, además de ubicar a los damnificados en los albergues que se habilitaron, en los cerros sólo había llanto. Decenas de familias buscaban entre los escombros a algún padre, hermano o hijo desaparecido. El primer día, según el Gobierno, 48 antofagastinos estaban reportados como tales. Carabineros fue buscándolos con perros especializados.
-En el patio de la casa de mi mamita se veían guagüitas- cuenta Antonia Vicencio, quien no vivía en la Villa El Salto, pero justo esa noche fue a visitar a su mamá cuando ocurrió la lluvia. La casa se estaba mojando con el temporal, y ambas vieron los chispazos de los postes. Laura Araya, su mamá, presintió lo peor.
-Levantémonos mejor- le dijo.
No había ni terminado de hablar cuando el agua se metió con fuerza a la frágil casa, arrasando con la débil madera que servía de muros y piso. En segundos, la casa estaba destrozada. Laura y Antonia comenzaron a saltar casa por casa hasta que por fin encontraron una iglesia evangélica. Junto a sus dos hijos y su hermana, volvieron la mañana siguiente a ver qué se había salvado.
-No había casa. No había nada- dice.
Fue tan fuerte el paso del aluvión, que pese a lo lejano de los cerros, el lodo había arrastrado automóviles a pleno centro de la ciudad. El río fue bajando por Baquedano, se repartió por Matta, Latorre y Condell. El teatro Pedro de la Barra tenía barro hasta casi la altura de la ventanilla de su boletería.
El 17 llegó el Presidente Aylwin. Primero fue a la población Ferrobaquedano, donde habló con la vecina Yorka Rivera. Ella le dijo que ya no se podía dormir por las noches. "No ocurren todos los días estas cosas, pues señora. Tranquilícese", dijo el Presidente. Ante la emergencia, solicitó que todos colaboraran, prestando sus automóviles para repartir agua que, en ese minuto, era la urgencia principal.
El milagro
Mientras el barro se secaba en las calles y las retroexcavadoras armaban cerros de lodo, Amalia Caro retomaba la conciencia en el Hospital Regional. Alguien le dijo, de golpe, lo que había pasado con su familia. Su madre, Berta Gamba y sus hijos, habían sido encontrados muertos en el barro.
-Perdí todo el contacto con lo que estaba pasando, me aislaron y me empezaron a sedar para que no hiciera nada.
En medio del insoportable dolor, Amalia quiso atentar contra su vida. Recuerda vagamente que, entre medio del efecto de los sedantes que le dieron, vio en la tele la imagen de una niña y su peluche de perrito que era entrevistada por los periodistas desde el Hospital, rescatada desde el mismo barro muy abajo, casi en la playa, en la antigua CCU. Era su hija, Evelyn, de 6 años.
La imagen de Evelyn Pérez Caro, la "niña del milagro", dio la vuelta al país. Arrastrada por el lodo desde la misma Villa el Salto, un señor que iba pasando por ahí la vio entre el barro. Se lo contó al periodista de "La Estrella del Norte" que pudo hablar con ella.
-Un caballero me sacó del agua. Creía que era un perrito (sonríe), pero yo me moví y después que me sacó del agua... después me sacó del barro y dijo que era una niña.
-¿Y qué pasó después?
-Me llevó pa' la casa de él y llamaron a la ambulancia y me trajeron al Hospital. En la tarde me bañaron. Yo estaba con harto barro y cochinita. Ahora tengo las piernas raspillá.
En medio de la confusión de los sedantes, Amalia pidió hablar con el doctor para decirle que la niña que estaba en la tele -y de la que se creía hasta ese momento, había perdido a su mamá en el barro- era su hijita. "Ya no me creían", dice. Después de prepararla, por fin madre e hija, separadas tras la peor tragedia que recuerde el norte chileno, volvieron a unirse para nunca más dejarse. Hoy, Evelyn tiene 30 años, está casada y tiene un hijo.
La reconstrucción fue lentísima en una ciudad cuyas pérdidas superaron los 70 millones de dólares. Cuando hubo que regresar a las alturas, pocas personas quisieron volver a la Villa El Salto después de la tragedia. A Ana María Saavedra y Antonia Vicencio les dieron una casa prefabricada en la población Rubén Infanta, donde viven hasta hoy. Personalmente, monseñor Carlos Oviedo Cavada le entregó la casa a Ana María.
En todo Chile se organizaron campañas de ayuda durante los días siguientes. Frazadas, alimentos y agua llegaron en aviones y Don Francisco, en el único "Sábados Gigantes" que se hiciera en directo desde Antofagasta, logró reunir 300 millones de pesos en la campaña "Porque somos solidarios". En directo desde el Sokol, pasó Pachuco, Myriam Hernández e Irene Llano.
Pasaron años antes que recién comenzaran las obras en la quebrada La Cadena, esa que arrasó con todo en la Villa El Salto. Diez años después se construyeron obras de control aluvional en -además de esa-, quebrada Salar del Carmen, El Ancla y Baquedano.
Actualmente, el Gobierno Regional trabaja en un plan de emergencias que incluye el riesgo por aluviones. Se creó un plano de evacuación con 65 puntos de encuentro comunes, albergues definidos y se aprobaron recursos para crear nuevas obras para atajar el barro en las quebradas. Ayer comenzaron las obras en la quebrada Uribe y Farellones, que debieran estar listas entre un año y 16 meses, a un costo de $3.600 millones. Para el 2018, la idea es tener 19 obras de control en la región, incluyendo tres en Taltal y seis en Tocopilla, cubriendo el 82% de Antofagasta.
El Seremi de Obras Públicas, César Benítez, cuenta que el año pasado, en Taltal, cayeron 66 milímetros de agua tras las lluvias de marzo. Gran parte del agua que bajó de la quebrada fue frenada por las pozas de control aluvional. "Por eso la importancia de estas obras. De no haber existido, el impacto destructivo habría sido devastador", explica.
Desde su casa, donde tiene una imagen de la Virgen del Carmen que le regalara el Presidente Eduardo Frei - "con gestión de Daniel Adaro", cuenta-, Amalia Caro dice que las obras son una buena inversión en seguridad, pero el constante paso de gente que ingresa a tirar escombros y basura dentro de la quebrada están exponiéndolos a un peligro tan grave como lo ocurrido hace 25 años.
-Si hay un evento como un aluvión y contribuyen con escombros, va a ser el mismo daño del 91 y a lo mejor más. La gente debería tener conciencia, porque la piscina no es de acumulación de escombros. ¡Nos están haciendo un daño!.
Una gruta recuerda actualmente a los vecinos de la Villa el Salto que murieron en la tragedia, junto a la imagen de una virgen y una cruz. Había un proyecto de mejoramiento de la gruta, como el cambio de su techo y un acceso de bajada, pero Amalia dice que lo prometieron el año pasado. Y ahí quedó. Por ahora, y como cada año, los familiares realizarán una misa y una romería para recordar a todos los antofagastinos que perdieron la vida en el aluvión del norte. Con los años, y pese a tener su villa destrozada, los vecinos de El Salto volvieron a levantarse.
A los meses de la tragedia, en octubre, Ana María Saavedra supo que estaba embarazada. Le puso Juan, Juan Andrés Rojas Saavedra. A los pocos años, tuvo a Jesús Antonio. Los nombres de cada uno son un homenaje al pequeño Juan Jesús, fallecido en el aluvión. Ana María se seca las lágrimas y los menciona con ternura. Dice que ellos la ayudaron a avanzar y reconstruir una historia que esa noche parecía ser el fin.
-Mis hijos son mi bastón, mi fuerza. Y por ellos yo salí adelante también.