Las vivencias de trabajar durante 40 años en Urgencias del hospital
Lidia Lazcano destaca por su amplia trayectoria en este servicio. La paramédico llegó sin quererlo hasta esos pasillos de Avenida Argentina y de ahí no salió. Hoy, próxima a su retiro, recuerda con nostalgia lo vivido en esta unidad.
Los pasillos bien iluminados y con paredes blancas del nuevo Hospital Regional de Antofagasta parecen un verdadero laberinto. Tras atravesar la entrada del Servicio de Urgencia, unas cuentas puertas y corredores, se encuentra un box de atención para recibir a los pacientes, en este caso niños por tratarse del área de emergencias pediátricas.
Ahí, en su medio natural como cual pez en el agua, aparece ella, la paramédico Lidia Lazcano Barraza, oriunda de Mejillones. Estos boxes son nuevos y recién hace algunos días se está familiarizando con ellos, son más espaciosos y con mayor tecnología, comparado con la estructura de antes del antiguo hospital en Avenida Argentina.
El Servicio de Urgencias es un territorio ultra conocido para la paramédico, algo así como una segunda casa en donde ha dedicado incontables horas de su vida. De hecho en octubre cumplirá los 40 años de trabajo en dicha área, lo que la destaca por la gran trayectoria como funcionaria.
El 3 de octubre de 1978 es una fecha que Lidia tiene grabada en su memoria. Ese día ingresó por primera vez a los pasillos de Urgencias como una estudiante en práctica, aunque su entrada no fue con una sonrisa, más bien a regañadientes, porque no le gustaban los extensos y extenuantes turnos, propios de la naturaleza de dicha unidad.
Sin embargo y sin darse cuenta, poco a poco comenzó a enamorarse de su profesión.
"Mi entrada fue anecdótica, porque cuando me tocó la práctica profesional llegué llorando, porque no quería hacer turnos de hospital. Cuando estaba estudiando había pedido hacer práctica en la salud pública, pero en esos años de dictadura no había mucho que hacer sobre elegir dónde y cómo hacer las cosas. Entonces me dijeron que para hacer las prácticas en Urgencias -como faltaba personal- las tres mejores notas del curso irían por tres meses y una fui yo y no quería por ser joven y tener sábados libres... Pero me quedé para siempre y me va a costar cuando me vaya", explica.
Urgencias
Fue así como poco a poco comenzó a empaparse del ambiente de urgencias. Y si bien reconoce que se trata de un "trabajo muy dinámico, tiene cosas buenas y malas, pero siempre el saldo es positivo".
Dentro de los puntos altos está la experiencia, la misma que fue logrando con los años y gracias a los conocimientos entregados por sus maestros, los médicos a cargo.
Y pese a la trayectoria, reconoce humildemente que lo más importante en su trabajo es la experiencia: "Todo aquí me deja una satisfacción al final del camino. Nunca he terminado de aprender, creo que me iré aprendiendo cosas, con cada paciente o con cada médico".
Pero si tuviese que mencionar algunos contras, está el costo familiar por las extensas horas.
"Ahora no son tantas, antes eran más. Cuando entramos teníamos algo que se llama el tercer turno. Por ejemplo, entrábamos a las 14:00 y salíamos a las 20:00, al otro día volvíamos a las 8:00 y salíamos a las 14:00 y ese día volvíamos a las 20:00 y salíamos a las 8:00 del otro día. O sea, entre medio sólo un día en el que podíamos descansar, entre comillas", recuerda Lidia.
Después de una lucha gremial, finalmente se lograron mejorar las condiciones. Pero en su momento fue algo complicado, sobre todo por estar ausente en fechas importantes, algo que como madre también le jugó en contra.
"Me perdía reuniones de apoderados o Día de la Madre. Lamentablemente eso no lo pude disfrutar, pero al final siempre hay algo positivo, tengo un buen hijo".
Y así fue, su hijo creció en medio del ambiente médico, en la sala cuna del hospital, donde permanecía hasta que Lidia terminara el turno. Pese a ello, hoy su orgullo, su campeón, vive en Santiago, un ingeniero que no heredó esa pasión por la salud de su madre.
"En esos años la sala cuna era hasta los dos años hasta las 19:00 horas y cuando llegaba a esa hora, estaba en la puerta de la Urgencia gritándome '¡mamá!', si yo estaba ocupada, cualquier colega lo atendía. Sí éramos una familia", recuerda.
Aluvión
Fueron 38 años en los que Lidia se dedicó al trabajo con adultos y ahora pasó al trabajo pediátrico. En todo ese tiempo, pasaron incontables historias de su relación con los pacientes.
Pero si tuviese que elegir un momento que la marcó, no lo duda: el aluvión de la madrugada del 18 de junio de 1991, una noche inolvidable en la que estuvo de turno.
El agua alcanzaba los tobillos del personal y los pacientes comenzaban a llegar uno a uno, el barro los cubría por completo: "Fue horrible, del terror, cinco días completos sin parar trabajando [...] íbamos a la casa, nos dábamos una ducha y volvíamos porque también teníamos funcionarios damnificados y los turnos se tenían que cubrir de alguna manera".
El trabajo fue muy complicado, donde había que quitar todo el barro y la tierra de los pacientes, para después trabajar... Más de un centenar de personas -recuerda Lidia- deberían haber llegado en esas fechas producto de ese aluvión.
Pero los niños fue lo más impactante, algo que la profesional reconoce que la alejó de pediatría por un buen tiempo:
"En un momento dado fui a buscar algo a un box de pediatría y en una camilla había cuatro bebés y la colega me dice: fallecieron. Eso fue muy fuerte...".
La noche del 30 de julio de 1997 también quedó en la memoria de Lidia y los antofagastinos. A la 01:11 de la madrugada un terremoto de magnitud 7,3 azotó con fuerza a la ciudad y con menor medida en otras comunas.
En el turno estaba la paramédico: "se rompieron las copas de agua del hospital, se cortó la luz y se quebraron los vidrios... Estábamos trabajando a oscuras y nos iluminábamos como podíamos porque se demoró mucho en funcionar la luz de emergencia. Había mucho ruido. Causó harto daño al hospital, yo estaba ahí cuando comenzó a temblar y nos pasó algo muy divertido porque había pacientes en observación y los familiares en sala de espera, como el personal se hizo poco, hubo pacientes que nos ayudaron a subir a otros pisos".
Ya en calma, llegó en un momento dado un joven que ayudó toda la noche apoyando al equipo de emergencias, quien en la mañana preguntó por su papá: "en medio del tenor de esa situación, se había ido para su casa. Le hicieron los exámenes y el caballero, se consideró que no tenía que haber quedado hospitalizado, y se fue... jajajaj (ríe)".
Hablar con Lidia Lazcano es como un libro de anécdotas en la sala de urgencia. Su nueva dedicación es con los niños, lo que amerita una cercanía mayor con los pacientes y las familias. Incluso, los pequeños la han reconocido en la calle. "¡Tía Lidia, tía Lidia!" le gritaron una vez en un supermercado y era uno de esos muchachos que pasaron por su atención.
Son 40 años de historia que permanecen en el recuerdo y en el corazón de la profesional, los mismos que también quedaron atesorados cuando recientemente se puso el candado definitivo a la Urgencia del antiguo hospital, para pasar al nuevo, "el gran desafío, por lo que significa este recinto".
Lidia mira hacia el futuro. Dice que le quedarían dos años de trabajo para el retiro, eso la emociona. "Me va a costar cuando me vaya, he llorado todos los días con las ceremonias de cierre", añade esta enamorada de su trabajo.