"Mi misión era trasladar las películas del Nacional al Gran Vía"
A mediados de los ochenta, Manuel Godoy recorría la ciudad en su moto llevando las cintas de un cine a otro. Años donde las funciones eran rotativas y duraban desde las 14 horas hasta la medianoche.
Para quienes ya superan los 30 años y han vivido en Antofagasta, los históricos cines Nacional y Gran Vía deben estar dentro de los hermosos recuerdos de la niñez y adolescencia.
Cuantas películas con historia se vieron en esas gigantescas pantallas. Estrenos nacionales con filas interminables que daban vuelta la manzana en algunas oportunidades, como por ejemplo cuando se exhibieron ET, Superman, El Regreso del Jedi y el filme de Michael Jackson, Moonwalker, por nombrar algunos estrenos.
Y es que por varias décadas el cine fue una de las entretenciones de todo el mundo. La televisión tenía dos canales, no había cable, menos internet, y en todas las ciudades, en especial en provincia, ir al cine era uno de los mejores panoramas, en especial los fines de semana.
Pues bien, dentro de las personas que trabajaban en este mundo, además de los boleteros, vendedores y quienes tenían la misión de proyectar las cintas, había una persona muy especial que tenía una misión importante, trasladar las películas de un teatro a otro, considerando que cada filme tenía dos rollos de cinta, incluso tres cuando llegaban los denominados "Best Sellers" que podían durar hasta cuatro horas, en especial aquellos épicos o los clásicos western.
Manuel Godoy cumplió esa tarea por algunos años a mediado de los ochenta. Partió realizando unos reemplazos en verano, pero luego empezó a trabajar de manera más constante.
Recuerda que era un trabajo muy entretenido pero agotador. "Tenía que llegar a las 2 de la tarde, cuando partía la primera función. En esos años eran funciones rotativas, mientras en el Nacional pasaban una película, en el Gran Vía daban otra, y mi función era trasladar los carretes de un lugar a otro", recuerda Manuel.
"Yo tenía mi moto, una pequeña pero muy buena para la época. Las películas estaban divididas en dos cintas que pesaban cerca de 20 kilos, entonces cuando terminaba una el encargado de proyectarla debía tener la otra parte lista para que no se notara el cambio mientras el público estaba al interior del cine", explica.
Godoy cuenta que durante el día tenía que realizar cerca de diez viajes entre ambos recintos, más cuando en algunas oportunidades habían funciones triples.
"Eran jornadas duras. A simple vista era una pega muy atractiva, ya que recorrías la ciudad y podías hacer varias cosas en tus tiempos libres. Pero habían días, en especial los fines de semana, que terminabas muy cansado ya que salías pasada la medianoche. Lo bueno era que no trabajábamos durante la mañana, así que podía dormir hasta tarde para recuperar fuerzas".
Anécdotas
Como en todo trabajo siempre hay alguna anécdota que contar, y Manuel tiene una muy simpática que en su momento le dio más de un dolor de cabeza, esos que no se pasan ni con tres aspirinas.
"Una tarde me trasladaba desde el Gran Vía al Nacional. Por la avenida Brasil la moto empezó a fallar, me detuve para revisarla y luego no partió... Me asusté mucho, tenía que llevar la segunda parte de la película y el tiempo corría en contra. Por miedo a que me robaran la moto no la dejé, la tuve que arreglar y después de mucho rato pude hacerla partir para ir al cine.
Al llegar al Nacional e ingresar al teatro la gente estaba pifiando por la demora, pero afortunadamente y pese al tiempo perdido, el público comprendió y pudo continuar la función... Lo recuerdo como si fuera ayer. Ahora me río de lo que pasó, pero en su momento estaba muy preocupado y menos mal nunca más me pasó", relata con algunas risas en su cara Godoy.
Es más, agrega que debió haber dejado la moto en el lugar e ir al cine en micro, "en esos años no existía una comunicación tan rápida como hoy. Debí irme al teatro como fuera para evitar esa espera, son cosas de la vida, cosas que pasan cuando trabajas en función al tiempo".
Romanticismo
El Teatro Nacional, un edificio emblemático ubicado en el corazón de la "Perla del Norte", fue declarado ayer Monumento Nacional. Allí se escribieron historias importantes para los antofagastinos, alguna con mucho romanticismo como cuenta Manuel.
"En esas paredes se deben haber formado muchas relaciones. Cuando tenía la posibilidad veía alguna película y me gustaba observar a la gente que llegaba. En esos años ir al cine era muy romántico, en especial cuando daban filmes de amor o aventura. Para conquistar a alguien siempre una invitación al cine era un buen plus. Los actores eran como ídolos para la juventud, y cuando llegaban los estrenos había que acudir muy temprano para conseguir un buen lugar".
Han pasado los años, más de treinta desde que Manuel conducía su moto de un cine a otro. Ahora se desempeña en otro trabajo, aunque siempre acompañado de su regalona de dos ruedas.
"Dentro de todos los trabajos que he realizado en mi vida, lo del cine es algo que recuerdo con cariño, en especial porque podías interactuar con la gente y de uno dependía la entretención de muchas personas, que llegaban ilusionados con pasar un grato momento viendo las grandes producciones que llegaban de distintos lugares del mundo", finalizó Godoy.