Medio siglo de historias en el Edificio Centenario de Antofagasta
El primer edificio en altura de la ciudad y el más alto en su época, cumple 50 años. Ayer sus residentes y ocupantes celebraron con un cóctel y champaña contando recuerdos de una estructura clásica de la ciudad, inaugurada en 1968.
Aunque oficinistas de corbata seguían entrando y saliendo apurados de sus trabajos a eso del mediodía de ayer, una parte del primer piso del Edificio Centenario de Antofagasta, en calle Washington frente a la Plaza Colón, está ocupado con una exposición de fotografías junto a una mesita que tiene dulces, galletas y copas de champaña. A medida que se van juntando personas junto a la estructura rodeada de pequeños mosaicos blancos, las copas empiezan a circular entre visitantes, residentes y un par de oficinistas que detienen su camino.
Óscar Retamal, presidente de la comunidad del edificio, levanta su copa y toma la palabra bajo las doradas letras que dicen "Edificio Centenario". "A esta hora en el edificio ya son 50 años que no se cumplen todos los días. Yo tenía cuatro años, pero este edificio es un hito. Les quiero compartir un recuerdo que hacía mi padre, él dice que en esa ocasión se hizo un gran evento público en la Plaza Colón, porque fue un hito la inauguración de este edificio para Antofagasta", dice, antes de brindar. "¡Salud por nuestro edificio!" y todos empinan su copa.
El 28 de septiembre de 1968 fue ese día en que se ocurrió esa historia que Retamal le oyó a su padre. En este mismo lugar, medio siglo antes de su discurso, Andrés Sabella también tomó la palabra para dar la bienvenida al que fue -entonces- el edificio más alto entre Valparaíso y el Callao. "El Edificio 'Centenario' es un precioso mirador de Antofagasta: el paisaje total se anima y vive para estas ventanas. De un lado, el mar, nuestro mar de profunda sonrisa azul: del otro, los cerros ásperos, de cuyas piedras parecen hijos nuestros empeños. Y en torno, la ciudad, los horizontes y los sueños viajeros", dijo el poeta sobre la obra de 43 metros de alto y sótano de 2.59 metros.
El edificio más alto
El ministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic, fue la autoridad más importante que llegó a inaugurar el Centenario en 1968 como primera actividad en la ciudad, porque tenía la misión del Presidente Frei de ver qué estaba pasando acá con el problema del arsénico en el agua. Cientos de invitados, los propietarios de los nuevos departamentos y autoridades estaban esperándolo para iniciar la ceremonia a las 12.45, pero el avión del ministro -antofagastino, por cierto- se atrasó.
Pérez Zujovic llegó pasadas las 2 de la tarde al edificio y empezó el programa. El prefecto del Colegio San Luis, Carlos Hurtado, bendijo el edificio y el alcalde Germán Miric agradeció la obra a Jorge Razmilic, socio principal de la empresa constructora que hizo el Centenario. Después de que Andrés Sabella diera el discurso que sacara aplausos, la gente se fue al cóctel que estaba preparado en el piso 14.
El problema ocurrió en el ascensor, porque como máximo soportaban 470 kilos de peso, pero subieron siete personas que -según la crónica de "La Estrella del Norte" de ese día- pasaban los cien. Los ascensores no quisieron subir y los timbres de alarma sonaron hasta que al fin alguien limitó el acceso al ascensor por cálculo en kilos.
Héctor Silva, jefe del área comercial de ST Ascensores, cuenta que su empresa se hizo cargo de la mantención de esos equipos que se negaron a subir a tantas personas en 1968: "Tuvimos que refaccionar las cabinas, y también hoy los dos ascensores cuentan con controles de última tecnología". De ese ascensor que subió el ministro Pérez Zujovic aún se mantienen los motores que se cambiarán en diciembre y que, en el futuro, tendrán una vida útil de treinta años.
En el panel, el ascensor indica que llegó al piso 1.
La azotea
Silencioso, el ascensor llega hasta el 14 en breves segundos. Ahí está la Clínica Odontológica Centenario y su contralora, Jimena Cortés, es de las pocas personas que tiene la llave de la azotea. Al abrir el candado y subir unas pocas escalas, se puede ver la parte oculta del edificio. Una especie de "piso 15" muy pequeño donde alguna vez llegaron los ascensores, aunque muchos de sus mosaicos se perdieron.
No hay barandas en las alturas del Centenario. La vista permite ver gran parte de Antofagasta pese al empeño de otros edificios en seguir tocando el cielo pero tapando el paisaje. La Plaza Colón y su entorno -la catedral, la intendencia- ofrece la posibilidad de una buena fotografía, aunque el vértigo -para los que lo sufren- aparece de inmediato cuando se nota que llegando a la orilla no hay más que el vacío. Más arriba, en las calderas, la bandera chilena.
"Si te fijas, éstas son paredes de un edificio que está hecho de un material totalmente sólido, no hay tabiquería", dice Cortés apuntando los gruesos pilares. El piso está resquebrajado producto de las lluvias del 2015 y esa vez, la Clínica Odontológica Centenario perdió dos sillones dentales por el agua que nadie se esperaba y que provocó la suspensión por una semana de los servicios. De los temblores, Cortés dice que nunca se ha caído alguna muralla.
El doctor Juan Rojo, dentista, recuerda cuando encontró todos los modelos de yeso de su oficina en el piso al día siguiente del terremoto de 1995. Ese día -noche más bien- los 8 grados que remecieron a la ciudad no afectaron mayormente el edificio. "Tenía desparramados un montón de cosas que estaban ahí, pero nada más".
Rojo se ríe cuando dice que es el más viejo del Centenario. "El más antiguo de todos los que estamos", se autocorrige. Con su colega Enrique Galleguillos le arrendaron el departamento a Ismael Macaya (quien luego diera origen a Tramaca) y empezaron a atender su consulta en el piso 9. Como los antofagastinos no estaban acostumbrados a tanta altura ni a los ascensores (los pocos que habían estaban en los Almacenes Giménez o la intendencia), muchos preferían subir las escaleras.
"En el noveno piso muchas veces nos convertimos en bomberos voluntarios, porque de repente como en nuestra oficina estábamos mañana y tarde, veíamos fuego, veíamos humo en tal norte y llamábamos por teléfono a Bomberos. Si alguna casa en el lado de la Miramar se estaba quemando, la persona tenía que ir de donde tenían teléfono para llamar a los bomberos, en cambio de aquí llamábamos nosotros", recuerda.
Los que aún viven
Mario Valdenegro está en el primer piso con una decena de personas, mostrando las fotos de la exposición que muestran el paso de los años y en cuya colaboración estuvieron los arquitectos Elena Creuz y Luis Araya. "Mi hija me ha ayudado harto, me prestó toda la ayuda, ella es la capa en toda esta cosa", cuenta. Hay fotos donde en el primer piso aún estaban el Banco Continental y el Banco del Trabajo.
A su lado, Oriales Jiménez, administradora del edificio desde hace 26 años, dice que a pesar que cada vez hay más oficinas y menos residentes habituales en el Centenario, "la gente es muy cariñosa, es como una familia. Cuando alguien necesita ayuda, se ayuda entre todos". Pocos aún viven como tal en el edificio. Según Oscar Retamal, el 95% son oficinas.
"En su momento fue un gran sueño de muchos antofagastinos poder lograr un edificio de estas características hace ya medio siglo, y gracias al empeño de gente antofagastina como la familia Skorin con los Razmilic", reflexiona Retamal. Al lado de las doradas letras del Centenario, permanecen los nombres de los arquitectos Bolton, Larraín, Prieto y Lorca, quienes le dieron vida al que en su momento fuera el edificio más alto del norte de Chile, mucho antes de la Torre Pérez Zujovic o del Caliche.