Una calurosa tarde ayudando al Viejito Pascuero
"La Estrella" se subió a un carro navideño para salir a repartir regalos y dulces a los niños que salen a las calles a esperar las caravanas, toda una tradición en Iquique. En primera persona, la historia de un "pascuero" de motores y rock.
Ignacio Araya, desde Alto Hospicio
Soy una banana. O sea, no es que de repente me haya crecido cáscara, sino que el Oso, un amigo, me pidió apañarlo en su carro pascuero para salir a repartir regalos y tenemos que disfrazarnos, pero no había de duende para acompañar al Viejito Pascuero. Así que él es un completo con mayo, y yo soy una banana.
Más o menos como el 5 de diciembre empiezan a aparecer los pascueros por las calles. Para alguien que no es de Iquique, hay que explicar que casi todas las empresas organizan uno para la fecha. Disfrazan camiones o camionetas de trineo y parten a entregar regalos a los hijos de los empleados. El Viejo Pascuero, los duendes y los ayudantes son los mismos trabajadores, acompañados de autos que van a la cola tocando la bocina armando la caravana, yendo de casa en casa.
La tradición es que mientras va por las calles, el pascuero y sus duendes les tiran pastillas a todos los niños que salen a verlo (hay que aclarar que las pastillas son dulces tipo ambrosoli, una vez le conté a un amigo de Santiago y pensó que el pascuero tiraba aspirinas). Lo lindo de la pascua iquiqueña es que como son decenas -quizá cientos- de carros pasando por la ciudad, cada niño tiene derecho a la navidad, desde el niño de la toma hasta el que vive en el barrio con plata, todos andan corriendo detrás de los autos buscando pastillas.
Con el Oso nos juntamos a las 5 en el taller de su papá. Sus amigos jeeperos llevan como cinco años armando su propio pascuero para ir a dejar regalos a los niños de los miembros del club. Recién como a las seis estamos listos. Nosotros vamos en el último auto de la caravana y nos pasan cinco bolsas con pastillas de mora y fresa con crema. El auto del Oso tiene una pana extraña: solo puede tocar la bocina cuando el auto no está andando. ¿Qué bulla vamos a meter?
Algunos pascueros contratan a las bandas de bronces que en julio van a La Tirana, pero aquí tocan "Era Rodolfo el Reno" arriba de una Porter. El nuestro es Pascuerock así que arriba de un furgón le pusieron dos amplificadores más un motor. Fuimos a echar bencina a la Copec y metimos ruido por todo Hospicio con la versión metal de "Blanca Navidad" y parece que también sonó esa del camino a Belén, ropo pom pom, ropo pom pom.
En la primera esquina ya habían niños esperando pascueros, con pinta de haber estado todo el día corriendo con una bolsa.
-¡Pastillas! ¡Tira pastillas!
De nuestra caravana los niños al menos agarraron sus diez. El Oso casi no tira porque está de conductor, así que como banana tengo que lanzar muchas y gritar "¡Feliz navidad a todos! ¡Que sea un lindo año!"
Llegamos a la primera casa y ya me pelé una bolsa entera de dulces. La familia nos recibió con el antejardín abierto y el primero en pasar es el Viejo Pascuero. Se sienta, le entrega una bota con dulces y un regalo a cada niño de la casa. Hay algunos que no quieren, se ponen a llorar cuando ven al viejo pascual. El Guason también va en nuestra caravana y toma fotos.
La tradición es que la familia que recibe al Pascuero y a sus duendes, siempre los espera con alguna cosita para picar. Cuando ya entregamos los regalos y nos tomamos como cien fotos, todos empezamos a agarrar canapés de huevo, suflés de queso, chis pop y galletas Tritón. Ah, y cerveza. Las Heineken corren de mano en mano y suena el electro.
-¡Qué baile la banana!- grita uno.
Me carga bailar y por eso nunca he ido a una disco voluntariamente, pero yo ahí no era yo, era una banana, así que ¿cómo iba a negarme? Y ya, ahí vacilando al suelo, perreo al piso con su "Eh, eh, eh" respectivo. Varios se ríen.
¡feliz navidad a todos!
Tenemos que irnos a la segunda casa y ya le he puesto a dos Heineken sin asco. No soy conductor y estoy acalorado con traje de banana así que necesitaba urgente algo helado. El Viejito Pascuero, que debe estar con su grueso y rojo traje arriba de una camioneta en una ciudad del desierto con por lo menos veintitantos grados, también le hace a una.
Los autos parten y de nuevo las bocinas y el Jingle Bells metal. Nos cruzamos a cada rato con otros colegas pascueros más producidos. Porque, faltaba contar eso, también hay una competencia tácita de quién tiene el mejor carro. Nadie lo dice, pero todos se esfuerzan en tener las medias moles de figuras hechas con el personaje de moda arriba de las calles. Este año ví un enorme Ralph inflable, un Charizard, muchos Minion de dos metros de alto y, sobre todo, demasiadas calaveras de Coco, la película de la que todos hablan pero nunca ví. Nosotros somos humildes no más, con nuestro pascuero, más el Guason y un amigo del Maxi que anda con una falda (supongo que es un duende), llevamos igual el espíritu navideño.
En la segunda casa nos recibieron con empanadas de queso. Estamos en Los Perales, el pasaje donde crecí y que hoy me parece tan angosto, y eso que nos daba para hacer una canchita y jugar a la pelota con un lomo de toro hecho a la mala por unos vecinos como límite.Adentro nos espera pan de pascua, más canapés... y más cerveza.
-¡Hola, hola, feliz navidad! -entra el pascuero.
Afuera, aunque ya han pasado como diez carros en lo que va del día, los vecinos del pasaje salen de sus casas a mirar. Todo está ocurriendo dentro de otra casa y detrás de la muralla no se ve nada, pero igual. Los niños de otros pasajes parece que escucharon y están esperándonos afuera, a ver si andamos con pastillas.
El Viejo Pascuero vuelve a tomarse fotos con los niños, les entrega el regalo y nos vamos altiro. Hay que seguir, aunque retrocediendo. Al frente de nosotros se metió otro pascuero y el pasaje es tan angosto que tenemos que echar marcha atrás. Es toda una confusión navideña, porque en la calle donde queremos salir debemos ir atrás del viejo pascuero y ahora estamos inmediatamente adelante. No sé cómo, pero nos ajustamos.
Guerra de pascueros
En todos lados nos encontramos con carros tocando reguetón, otros como nosotros metiendo rock pesado y más allá las bandas de bronces con un sudado pascuero gritando por un parlante que no para de chillar: "Jooooo joooojoooo, feliiiiiz navidaaaad". Si nos pusiéramos serios tendríamos tema para un mes hablando de contaminación acústica en época navideña, pero estamos tan acostumbrados que al pascuero se le perdona todo, incluso si pasa a las dos de la mañana. El Oso me lo dice:
-En Iquique hay tres cosas que se respetan. La Chinita, el Lolito, y los Pascueros.
En la tercera casa ya estoy enguatado de tanta comida. Los dueños nos esperan con ceviche y papas cocidas, pero yo me contento con unos chis-pop no más.
Ya se está haciendo de noche, el sol ya se escondió y el color violeta del horizonte solo se interrumpe con el feroz negro de la silueta del Cerro Tarapacá. Queda solamente una casa y yo sinceramente, ya no puedo más. Y eso que hemos ido solo a seis partes, ¿Cómo lo harán los pascueros de empresas grandes que tienen que ir a, no sé, cincuenta casas? Uno no puede rechazar la invitación de la dueña de casa que se dio el tiempo de cortar pan de pascua e ir a comprar cerveza, así que hay que sonreír no más y tragar aunque sea una galleta.
Cuando tenía como diez años, recuerdo a un viejo pascuero que ya venía tiritando de tanta chela que le dieron en su paso casa por casa. Cuando se bajó a dejar los regalos, nos metimos con un amigo del pasaje a incautar pastillas, a ver si quedaba algo. Eran como las 11 de la noche y claramente no le quedaban, sólo six pack de cerveza. Esa vez nos robamos uno y dimos vueltas las latas en la calle. Maldades de niño chico.
-¿Extrañabai esto?- me pregunta la hermana del Oso. Obvio que lo extraño, aunque tengo entendido que unos iquiqueños en Santiago igual se motivan a sacar un pascuero a la calle ante la mirada extrañada de los capitalinos. Ayer vi un video de unos hijos de Cavancha haciendo sonar sirenas y bocinas en las tranquilas lomas de Quellón, en Chiloé. Cada ciudad tiene su gracia para celebrar la pascua. Para mí, todo lo que sea espíritu navideño cuenta.
Aparte, mientras aún los adultos nos emocionemos con la sonrisa de un niño recogiendo pastillas en la calle, tal como cuando uno esperaba feliz los carros cuando chico, los pascueros seguirán en Iquique metiendo bulla todos los años en diciembre, trayendo la magia navideña en la mitad del desierto, a miles y miles de kilómetros de distancia del Polo Norte.