Su pueblo despidió a don Dani por las calles de Antofagasta
El ex alcalde Adaro pasó por última vez por la municipalidad, el Mercado, su casa y las calles de su ciudad. Ayer se despidió entre aplausos.
El ex alcalde Daniel Adaro se fue rodeado de su gente. Entre aplausos, globos naranja y gritos de "Adaro, amigo, el pueblo está contigo". Las lágrimas corrían por las mejillas de sus más cercanos cuando familiares y amigos tomaron el micrófono, frente al Cementerio General, para recordar algún momento de los 74 años de vida del que fuera la máxima autoridad comunal de Antofagasta.
El cortejo fúnebre salió a las 15:00 horas de la Catedral de la capital regional, después de un responso presidido por el padre Marcelo Pizarro. Frente a su ataúd, rodeado de flores y fotografías del ex alcalde, el párroco destacó su obra en la ciudad. "Jesús lo vino a buscar para el lugar que le había preparado", dijo. Después habló el intendente, Marco Antonio Díaz.
La salida de la catedral fue lenta debido a la aglomeración de la gente, que esperaba al ex alcalde afuera. En camionetas y buses, cientos de antofagastinos lo acompañaron a su último viaje por la ciudad.
La primera parada fue la Municipalidad de Antofagasta, la que encabezara desde 2003 -tras la muerte de su camarada Pedro Araya Ortiz- hasta 2008, cuando fue inhabilitado. Muchos de los trabajadores municipales, de poleras rojas y el logo de la ciudad, salieron a saludar su llegada. La carroza llegó hasta la misma puerta de la casa consistorial, donde lo despidió la alcaldesa Karen Rojo y sus colegas de otras comunas.
"Lo que más se va a recordar va a ser la cercanía que tuvo con el pueblo", decía Iván Alvarado, uno de los trabajadores municipales que alcanzó a palmotear el vidrio de la carroza fúnebre, para saludar a don Daniel. "Era muy cercano, siempre dispuesto a ayudar, a escuchar", contaba.
El tránsito se cortó en avenida Séptimo de Línea hacia el sur. La caravana del ex alcalde subió por Maipú hasta llegar al Mercado, donde lo esperaban los comerciantes ambulantes. Ahí, la gente lanzaba globos y serpentinas naranjas al aire. De fondo, alguien tiró por un parlante la canción del "Verano naranja", haciendo recuerdo al show que vivió la ciudad durante cinco años.
Dolor
Paola Agüero, una de las comerciantes del Mercado, dijo que como gremio estarán apoyando a la familia en el difícil momento. Señaló que lo recordarán "como un gran hombre, que apoyó a los comerciantes. Estamos agradecidos de todo".
Con escolta policial y el tránsito cortado al paso de la carroza, la caravana llegó hasta la casa de Adaro, en calle Curicó. Los vecinos acompañaron el féretro del ex alcalde, que se detuvo unos breves minutos para continuar camino. En las esquinas aledañas, vecinas lloraban cuando veían pasar por última vez al ex edil.
En 14 de Febrero, las floristas llenaron de pétalos el paso del automóvil con el ataúd, antes de llegar al frontis del Cementerio General, donde hablaron sus amigos y la familia. "Yo no tengo los recuerdos de un político, yo tengo los recuerdos de alguien que era persona, alguien que se preocupaba, que me apoyó en los momentos duros cuando perdí a mi madre", dijo Rodrigo Antilef, quien acompañó los últimos años de don Dani.
Guillermo Muñoz, presidente de la Federación Regionalista Verde Social, dijo que la gente lo quiso mucho, a excepción de "los poderes fácticos, los poderosos, los que no lo querían y estaban extrañados de por qué él llegó a ser alcalde. Decían '¿cómo un vigilante, un sereno, una persona humilde puede ser alcalde?'. Se sentían muy mal, y esa gente siempre le puso problemas", comentó. Un familiar agregó que a Adaro "nunca le perdonaron" haber ganado la elección de 2004, donde fue como independiente.
Luego tomó la palabra Eliana Olivares, ex dirigenta del Colegio de Profesores. "Él no tenía ansias de poder ni de gloria. Hizo las cosas por ser un humano magnífico, bueno de corazón, de adentro. Él tenía vocación de servicio, hizo las cosas por amor, como Dios quiere que seamos".
Adaro, el alcalde del pueblo, ingresó al nicho familiar del Cementerio Nº2 en medio de aplausos, lágrimas y la gratitud de los antofagastinos que lo acompañaron hasta el último. Y, al final, sonó la canción de Alberto Cortez que reflejaba el adiós:
"Cuando un amigo se va,
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río"