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El drama e incertidumbre de quienes perdieron sus casas

El terremoto no tuvo piedad con el condominio Pablo Neruda y sus alrededor de mil personas.

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l Rodrigo Ramos B.

El departamento donde Rossana Morales, 52 años, su madre, Sandra Pérez, 77 años e hija, Julia Ramírez, 19 años, vivieron los últimos 15 años quedó inhabitable. La compasión de un vecino por la abuelita, quien casi ni ve y es diabética (debe inyectarse insulina), permitió que esta familia antofagastina pase estos días en una casa, frente al despedazado condominio Pablo Neruda, entre las calles Chipana y La Tirana, de Iquique.

El patio del condominio está lleno de carpas. Carpas de todos los colores y tamaños. Las ollas comunes son puntos de reunión a la hora del almuerzo. Las preguntas son las mismas.

Según obras municipales el 100% de los departamentos quedó inhabitable. Pronto la gente debería partir.

Pasan los días y los vecinos no saben en qué culminará el dilema. Saben que las soluciones serán parche. Muchos ya habían pagado los departamentos y ahora no tienen a quién reclamar. La empresa que construyó se deshizo. Otros estaban en las últimas cuotas. Otros, como Rossana, arrendaban.

El valor del arriendo promedio es de 250 mil pesos.

Rossana tenía todo embalado para cambiarse de departamento en el mismo condominio. El acto lo llevaría a cabo el fin de semana. Ahora ni siquiera puede entrar a su casa. Los pasillos de un delgado concreto están endebles. Puede decirse que hubo negligencia en la construcción del edificio. Seguro que otro sismo termina por derrumbar parte de la construcción. La fragilidad es evidente en las paredes agrietadas.

Julia quién hasta la semana pasada estudiaba Derecho en la Universidad Arturo Prat, ni siquiera mira para al frente.

Los pasillos del condominio vieron crecer a la chica. La piscina donde los chicos jugaron harta marzo está inutilizada. Parece un edificio carcomido por la guerra en Siria.

Rossana deberá armarse de valor y rescatar sus bártulos. Dice que el problema es que en el acto se produzca un nuevo terremoto. El miedo la detiene. Las réplicas corroen el ánimo.

El terremoto les usurpó de raíz una manera de vivir a alrededor de mil personas que habitaban 250 departamentos. La sensibilidad anda a flor de piel al interior del condominio. El drama es intenso. No quieren que la televisión lucre con su tragedia y en consecuencia han rechazado a varios canales. A ratos el ánimo se desmorona y aparece la desesperación.

Rossana Morales cuenta que los vecinos exigen soluciones. Por consiguiente ya han salido a la calle a protestar. Es una bomba de tiempo. Dice que los ánimos están calientes.

Raquel Órdenes, quien está pernoctando en una carpa, reconoce que espera una solución y ésta debe ser una casa nueva de la mismas características de la que vivía.

La mujer se emociona. Son muchas las vivencias en el condominio. Dice que era como la vecindad del chavo. La mayoría se conocía. Será difícil olvidar a la gente. Raquel mira a Rossana. Culpan a los constructores. No se explican por qué razón en algún lugar la viga era más gruesa que en otro sector. Alguien robó material. Hay que revisar el proceso de construcción; ir al pasado para hallar respuestas.

Rossana cuenta que debido a las limitaciones su familia decidió trasladarse a Antofagasta, donde será acogida por familiares.

Vivirán un tiempo de allegados. No les queda otra. Ella buscará trabajo. Espera que su hija Julia, continúe estudios en alguna universidad de Antofagasta. No proyectan regresar a Iquique hasta que se les pase el trauma.

Rossana Morales es antofagastina, al igual que su madre, Sandra Pérez, quien jubiló como profesora normalista.

Llevan alrededor de 18 años viviendo en Iquique. El terremoto las trae de regreso. J

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