Antofagasta envenenada con arsénico
El agua potable fue responsable de decenas de muertes.
En 1958, cuando fue inaugurada la captación de agua desde el río Toconce para el consumo de los 87 mil antofagastinos, se le presentó con el rimbombante título de "la obra de ingeniería más grande de Sudamérica". Pasó una década y un alarmante aumento de muertes por enfermedades derivadas de intoxicación arsenical -principalmente niños- empezó a preocupar a todos. Incluso el doctor Antonio Rendic llevaba 50 casos de pequeños enfermos.
La sospecha venía del agua. Así lo denunció "La Estrella" a principios de 1968, pero el químico de la Dirección de Obras Sanitarias (DOS) respondió que el diario lo único que pretendía "era alarmar a la población". Un informe del Hospital Regional, en junio, lo confirmó. La obra de ingeniería más grande de Sudamérica nos estaba envenenando.
Habían pasado casi diez años, y los antofagastinos estaban temerosos por los altísimos índices de arsénico en el agua. Ya al menos habían unas veinte personas muertas. José Papic mencionaba lo absurdo de que las aguas del Río Siloli fueran usadas para uso industrial, mientras que las de Toconce -que ya habían advertido contaminadas- estuvieran destinadas al consumo de toda Antofagasta.
Con el informe en mano y preocupados, los padres iban a las redacciones de los diarios a denunciar los síntomas de sus hijos. Luzvira Magdalena Martínez, tres años de edad, tenía una serie de trastornos intestinales, fiebre y manchas en el cuerpo. "Trataremos de llevar cuanto antes a la capital a nuestros hijos", decía su madre, Alicia Araya. Muchos no soportaron la intoxicación: al pequeño Pedro Fuentes (3), el arsénico virtualmente le perforó los intestinos.
Dos años después, en 1970, el presidente Frei inauguró la Planta de Filtros Salar del Carmen, con el que se rebajó los peligrosos niveles del metal en el agua antofagastina, que estaba en 0,86ppm. Ese año, el arsénico bajó en casi siete veces: 0,12ppm.
