Libro recoge la historia de la ex ballenera de Quintay
Hoy convertida en museo, la planta de la Indus funcionó entre 1943 y 1967 en la pequeña caleta de la V Región. Porteños, chilotes, noruegos y japoneses participaron de esta actividad, que aún se recuerda en la zona.
Redacción - La Estrella de Valparaíso
"Algo anda mal con la caza de ballenas": esta noticia, publicada en enero de 1967 en La Estrella de Valparaíso, daba cuenta del último capítulo de la historia de la ex ballenera de Quintay, un recinto que, para su inauguración, en los años '40, fue considerado un prodigio de la industria nacional y que, tras poco más de dos décadas de funcionamiento, cerró sus puertas para siempre, poniendo así punto final a la larga historia de la caza de ballenas en Chile.
Hoy la ex ballenera de Quintay es un atractivo para los visitantes de la bella y tranquila caleta, ubicada al sur de Valparaíso y que forma parte de la comuna de Casablanca.
En sus antiguas instalaciones -declaradas Monumento Histórico Nacional en 2015- opera el Museo de la Ballenera, una iniciativa de la Fundación Quintay donde los visitantes pueden conocer, a través de fotografías y un paseo por el muelle y la rampa, cómo funcionó esta planta.
Hacia el costado sur, detrás de un amplio portón, están las dependencias del Campus Quintay de la Universidad Andrés Bello, que recuperó las características edificaciones de la ex ballenera para instalar allí su centro de investigaciones marinas.
En conjunto, la antigua ballenera de Quintay ha permanecido viva en el tiempo y la memoria y hoy su historia ha sido recopilada en un libro de los investigadores Carlos Lastarria y Marcela Küpfer, que ayer fue presentado en la misma ex ballenera.
El libro, que forma parte de la colección Expedientes de la editorial Narrativa Punto Aparte, está dividido en dos partes. En la primera, hay un repaso de la historia de la caza de ballenas en Chile, una actividad que se remonta hace varios siglos y que tuvo su mayor expresión en la ballenera que instaló la compañía Indus en Quintay.
"El desarrollo de Quintay es el capítulo final de una tradición ballenera muy larga en las costas chilenas, que se remonta a los pueblos originarios del sur del país, los que si bien no eran cazadores natos de ballenas, sí incorporaban estas especies con fines de alimentación o como parte de sus mitologías. Luego, durante los siglos XVIII y XIX, Chile fue escenario de la masiva llegada de barcos balleneros extranjeros, principalmente norteamericanos, franceses y británicos, que por largas temporadas seguían las rutas de las ballenas por las costas del Pacífico, deteniéndose en los puertos chilenos. Durante el siglo XX, se instala la caza moderna y aparecen estaciones balleneras en diversos puntos del país, siendo la más importante la de Quintay, donde esta actividad adquiere ribetes industriales", señala Carlos Lastarria, investigador.
En la segunda parte del libro, se aborda en detalle la experiencia de la planta ballenera de Quintay, que funcionó entre 1943 y 1967.
"Quintay fue un polo industrial que tuvo sus propias coordenadas laborales, culturales y sociológicas. Hoy conocemos la ballenera de Quintay gracias al Museo de la Ballenera y a que los edificios que albergaron a esta industria fueron recuperados y preservados. Sin embargo, desconocemos el cuadro completo: cómo se gestó este emprendimiento, quienes fueron las personas detrás de ellos, qué historias se forjaron tanto en el campamento como en la flota ballenera. Nuestra intención fue rescatar y dar a conocer esta historia, señala la periodista Marcela Küpfer, quien es además directora de La Estrella de Valparaíso.
Un prodigio industrial
La ballenera de Quintay estuvo ligada desde sus orígenes a una de las empresas más importantes de la V Región: la Compañía Industrial Indus, recordada por sus fábricas instaladas en la Población Vergara, en Viña, y por sus productos como el jabón "Gringo", la margarina "Estrella" y la cola "Elefante", entre muchos otros.
La falta de materias primas para elaborar sus productos llevó a la Indus a incursionar en el negocio ballenero.
Para ello, decidieron construir una moderna planta en la caleta de Quintay, que les permitiera producir aceite a partir de los cetáceos capturados en el litoral chileno. Junto a esto, la Indus puso en operación una gran flota de barcos cazadores, que llegó a tener 18 naves.
"La planta de Quintay significó la instalación de una actividad que no era conocida en estas latitudes, pese a que la ballenería se practicaba desde hacía décadas en el sur. Esto condujo a que la ballenera importara una gran inmigración de personas con experiencia en el procesamiento de cetáceos, principalmente chilotes y sureños, así como noruegos y posteriormente japoneses, expertos en la caza. En veinte años, numerosas familias y trabajadores llegaron a Quintay, Valparaíso y Viña, atraídos por esta nueva industria", explica Marcela Küpfer.
"Hoy prácticamente todos los países condenan, prohíben o regulan la caza de ballenas, pero en los años '40 o '50 no era una materia de cuestionamiento. Es más, la ballenera de Quintay fue considerada un gran prodigio de la industria chilena, pues representaba la completa modernización de una actividad que en Chile se había desarrollado de formas más artesanales o precarias. Incluso el Presidente Ríos visita en algún momento la planta, acompaña a la flota en una jornada de caza y come filete de ballena, todo lo cual es recogido por la prensa, que en diversos artículos presenta a la ballenera de Quintay como un prodigio del desarrollo", agrega la autora.
Familia ballenera
La actividad en Quintay, aunque breve, dejó huellas importantes y en torno a ella se gestó una "cultura ballenera" que incluyó tanto a los trabajadores de la planta como a los tripulantes de la flota.
Muchos de ellos, hasta hace algunos años, se reunían en un club social de Quilpué, donde recordaban los viejos tiempos de la "familia ballenera".
Los buenos sueldos y beneficios atrajeron a numerosos trabajadores hasta la planta de Quintay, donde se instaló un campamento que llegó a albergar a más de 200 empleados. Muchos provenían de Chiloé y Valdivia, lugares donde había existido estaciones balleneras antaño.
En el campamento, había dormitorios, comedores, sala de cine, policlínico y servicios para los trabajadores, la mayoría hombre solteros quienes, en sus días libres, salían a divertirse a Valparaíso y Viña del Mar. El trabajo se realizaba a tres turnos, por cuadrillas que se encargaban de faenar los cetáceos que eran traídos hasta la planta por los barcos cazadores.
La producción era rápida y eficiente. "Más se demora una dueña de casa en hacer una cazuela de gallina que nosotros en descuartizar una ballena y derretirle el aceite en los cocinadores", recogía el escritor Francisco Coloane en su magnífica crónica "Los balleneros de Quintay". El proceso consistía en destazar el animal y arrojar los trozos a unos grandes autoclaves donde, a través del calor, se extraía el aceite, que luego era utilizado para diversos fines.
Capitanes balleneros
Otro aspecto importante de la actividad ballenera en Quintay fue la flota de barcos cazadores, desde el Indus 1 al 19.
Era una postal recurrente del Puerto, a mediados del siglo XX: los balleneros Indus apostados en la bahía, a la espera de zarpar en la jornada de caza. A Quintay sólo pasaban a depositar sus presas.
La mayoría de los tripulantes de los balleneros vivía en Valparaíso o Viña del Mar. Entre ellos, los capitanes -quienes eran los encargados de disparar el arpón- gozaban de gran prestigio y eran reconocidos como valientes hombres de mar. Cuando estaban en tierra, se reunían en los locales del Puerto, como El Bote Salvavidas o el antiguo bar Neptuno.
Muchos de ellos eran capitanes noruegos, reconocidos por su enorme experiencia y aptitud en la caza de ballenas. Esto atrajo una singular inmigración de familias noruegas a la V Región. Muchos de los hijos de los balleneros estudiaron en colegios de la zona, como el Mackay, en los años '40 y '50. La mayoría de estas familias emigraron al término de la actividad ballenera, pero otras echaron raíces y sus descendientes aún viven en la zona.
También había destacados capitanes chilenos, que se convirtieron en leyendas del mar, como el famoso capitán Óscar Mendieta o el célebre Humberto Olavarría.
Los japoneses
Durante los años '60, la ballenera de Quintay entró en un proceso de decaimiento. La Indus decidió abrir un a nueva planta en caleta El Molle, en Iquique, hacia donde se trasladaron trabajadores, barcos y tripulantes de Quintay. Fue la planta más moderna de América y reportó grandes ganancias a la Indus, pero en 1965 el negocio decayó y los balleneros regresaron a Quintay.
Entre 1965 y 1967 se vivió la última etapa de Quintay, tras la asociación de la Indus con la empresa japonesa Nitto Whailing Co., que explotaba la ballena ya no para la extracción del aceite, sino para obtener carne para consumo humano.
Durante esos años, se vivió una singular inmigración en Quintay, con trabajadores japoneses que poco y nada hablaban de español y que intercambiaban productos importados con los habitantes locales.
Para 1967, la planta Indus dejó de funcionar. Los barcos fueron vendidos y muchos terminaron hundidos o abandonados en el Puerto de Valparaíso. Algunos trabajadores volvieron a sus lugares de origen, otros formaron familia en Quintay. Sin mayores anuncios, la ballenera entraba en su sueño final, cerrando el último capítulo de la caza de la ballena en Chile.
"Hoy, Quintay se proyecta de otra forma, hay una intención de cuidar y preservar los recursos marinos y darle nuevos usos a la ex ballenera (la mejor conservada de todo Chile). La caza de ballenas es un capítulo pasado y cerrado de nuestra historia, pero la gente sigue visitando la ballenera e intentado conocer sus memorias. Por eso creemos que este libro puede ser un aporte para esta historia, pues devela registros, fotografías y anécdotas que dan un panorama más amplio de esta historia", señala Marcela Küpfer.
Lanzamiento y firma
Previo a la presentación del escrito, se llevó a cabo la firma de convenio de cooperación entre el sindicato de pescadores artesanales de Quintay y la Universidad Andrés Bello, donde el presidente del sindicato de los hombres de mar, Javier Alvarez, agradeció "el apoyo que la univerisdad no sólo nos ha entregado a nosotros, sino que a nuestras familias y a toda la comunidad de Quintay".
Alvarez hizo hincapié en el vinculo histórico entre universidad y sindicato, lo que les ha permitido generar proyectos y recibir asesorías técnicas, además del otorgamiento de becas de estudio a los jóvenes del balneario.
Por otra parte, en la ceremonia realizada en el Centro de Investigación Marina Quintay (CIMARQ), de la Universidad Andrés Bello se desarrolló el lanzamiento del libro de Marcela Küpfer y Carlos Lastarria.
La presentación de "La Ballenera de Quintay" a cargo del director del diario El Mercurio de Valparaíso, Carlos Vergara, contó con la presencia de autoridades regionales, locales y comunales, donde se destacó el patrimonio cultural aportado por los autores.
"Esta es una oda a la crónica periodística de un pasaje tan entrañable como desconocido en nuestra región y nuestro país", sostuvo el presentador del libro.
Por su parte, José Rodríguez, rector de la Unab calificó el escrito de los coautores Küpfer y Lastarria como "un tesoro bibliográfico de gran relevancia para nuestro patrimonio cultural. Es un libro inédito clave para mantener la memoria histórica de la zona".