El último viaje que llegó hasta la profundidad de la Esmeralda
El iquiqueño Eduardo Matus vivió en carne propia la visita a la corbeta, a 45 metros de profundidad, en el rodaje de un documental sobre el centenario de la gesta.
Sebastián Mejías .O - La Estrella de Valparaíso
Eduardo Francisco Matus es un hombre de mar que, ad portas de cumplir los 65 años, anhela vivir de nuevo las buenas experiencias de su juventud, como buzo profesional que trabajó para un sinnúmero de empresas y proyectos. Y aunque sigue dedicando sus días a la pasión de bucear para compañías salmoneras, Matus quiere repetir una experiencia de la que a día de hoy se sigue emocionando, como ejemplo de que a pesar de las condiciones adversas se pueden sacar adelante grandes hazañas.
Corría el año 1979, el mes de mayo, y el país se alistaba para conmemorar los 100 años del Combate Naval de Iquique. Un año antes, la Comandancia en Jefe de la Armada concibió la idea de repetir la filmación de los restos sumergidos de la corbeta Esmeralda, que yacen en el fondo de la rada de Iquique, lo que ya se había intentado en 1975 de forma un tanto improvisada.
Entre los buzos participantes de la hazaña, se leía el nombre de Eduardo Matus, a cargo de la iluminación del set que se había gestado a unos 45 metros bajo el mar. El equipo estaba liderado por el médico Alfredo Cea -experto en medicina del buceo- acompañado de su mujer, a quienes Matus agradece.
"Nací el 27 de mayo de 1954 en la ciudad de Iquique. El mar fue siempre mi mayor inquietud y desde pequeño busqué conocerlo en todos sus aspectos. Era como el patio de mi casa que está muy cerca de la bahía, del principal muelle y de las playas que bañan el litoral de mi ciudad natal", cuenta Matus, ilusionado de recordar una historia que sin duda legará a sus nietos.
Clavada levemente de proa y escorada a babor, yace la Esmeralda hundida en la rada de Iquique. Durante varias jornadas y con dos inmersiones diarias Matus trabajó rodeado de los restos, de una historia que le resulta apasionante. Su nombre Eduardo Francisco Matus se repite entre el recuerdo de uno de los tripulantes que, en 1879, acompañaron a bordo a Arturo Prat. O al menos este hombre se encontró con un Francisco Matus, destacado en un libro de historia, enfocado exclusivamente al Combate Naval de Iquique.
Asistente de luz
Un sueño recurrente en Matus es que la Armada, aprovechando su experiencia, lo invite a una expedición a la Antártica. Le gustaría terminar su carrera profesional y espiritual haciendo inmersiones en ese lugar.
Entre la experiencia acumulada, dice que la Esmeralda era riesgosa: sin contar con mayores elementos tecnológicos, como cámaras de compresión, debieron adentrarse hasta la rada y de ahí unos 45 metros hacia las profundidades del océano.
En ese contexto, Matus cuenta que se planificaba cada una de las sesiones de buceo, en las que se escogía un sólo sector, para así acotar el trabajo y hacerlo de forma más eficiente. "Entregar la iluminación adecuada para la filmación", era la tarea de Eduardo Matus, quien valora la dificultad de trabajar con equipos precarios y de segunda mano, que habían sido cedidos al líder del proyecto, Alfredo Cea.
"Él era el hombre, junto a su mujer Patricia y el comandante del distrito naval norte, el comandante Francisco Johow Heins, quien se interesó y dijo yo quiero estar ahí y quiero ir, a pesar de su edad", recuerda Matus.
"Para mí como hombre de mar y como oriundo de Iquique, ésta fue una de las grandes satisfacciones que he tenido en mi vida", agrega.
Al fin, un 21 de mayo de 1979 se cumplían los cien años de la gesta, momento en que fueron proyectados al país y al mundo las imágenes captadas del precio- así se habla de las estructuras hundidas- que aún permanece latente bajo las aguas del puerto de Iquique. En octubre de ese año, todos los chilenos presenciaron por televisión el documental titulado "Reencuentro con la Esmeralda", realizado por la Universidad Católica del Norte.
"Ha pasado el tiempo y todavía sigo explorando ese mar y desde el fondo, a través de la oscuridad, veo la luz del nacimiento de una civilización oceánica donde están comprometidos todos los seres del mundo y la cual nosotros, los costeros, integramos por natural decantación", cierra este buzo, de pasiones y esperanzas irrevocables.