Ignacio Araya
El día en que Kirenia recuperó su mano
Fue hace cuatro años. Los pasajeros de la micro empezaron a gritar al chofer que la niña que recién había bajado en el Instituto Comercial de Antofagasta (Isca) aún tenía su mano dentro del bus, apretada con la puerta. Kirenia Evans tenía 17, y en la desesperación empezó a golpear con la izquierda para que el conductor abriera de una vez y terminara con ese dolor insoportable. La puerta se abrió, pero el dolor no. La micro dañó tanto su mano que Kirenia quedó con un daño en el nervio radial deformando su función. La "mano en gota", que le dicen. Desde entonces, la chica ni siquiera pudo tomar bien un lápiz.
Lo que vino después fue una pesadilla para Kirenia: su mano derecha inutilizable, a punto de quedarse repitiendo por inasistencia y una depresión que incluyó pastillas para dormir. También empezó un recorrido de doctor en doctor. Viajó a Santiago pensando que allá, con tantos especialistas, podrían salvar su mano, pero llegó a escuchar que ya la tenía perdida para siempre.
-Una se siente como menos importante, que una ya no sirve porque todo te lo tienen que estar haciendo. Te tienen que estar vistiendo, incluso lavándote los dientes y dándote de comer, y eso a mí me frustraba mucho- dice Kirenia.
Al final la chica fue a dar al Hospital Regional de Antofagasta. Los traumatólogos Ives Loewenwarter y Orlando de la Cruz trabajaron en su caso y pudieron realizar en mayo una operación conocida como "transferencia estándar para parálisis radial", que consiste en que los tendones flexores los convierten en extensores. Ahora Kirenia puede flectar la mano, levantar su pulgar o tomar un vaso. El doctor De la Cruz explica que en el hospital se pueden hacer tratamientos de tanto estándar como en un recinto especializado.
-Hemos hecho transferencias de tendones, reconstrucciones, reimplantes de dedo... tenemos un récord- dice el médico. Hasta ahora, el equipo ha realizado 19 procedimientos similares.
Otra vida
-Todavía tengo tirones -dice Kirenia, hoy de 21 años- pero es porque me dicen que es recién, igual no tengo que apurarme.
La chica cuenta que hasta antes de la operación era tan desesperante la situación que hasta llegaba a buscar enojarse con alguien, sólo para poder desahogar esa tristeza. En los recreos de la U (está estudiando Prevención de Riesgos) no quería hablar con nadie. Se sentaba en una banca a escuchar electrónica y ahí se quedaba, esperando que empezara de nuevo la clase mientras sonaba música que era parte de su pena.
Esos días ya pasaron, dice. Recuerda que uno de los días más emocionantes de los últimos años pasó el mes pasado, cuando por fin pudo vestirse sola. Después de cuatro años. Se acuerda, y suelta otra sonrisa.