Ignacio Araya
Hace un cuarto de siglo atrás, medio mundo andaba ansioso por otro eclipse solar aunque -igual que en esta ocasión-, el centro no estaba en la región de Antofagasta, sino que en Arica y la provincia de Parinacota. Los días previos al 3 de noviembre de 1994 fueron una locura: hoteles colapsados, turistas llegando en masa y hasta Brian May, el legendario guitarrista de Queen, dejándose ver por Putre.
Antofagasta no estaba menos entusiasta. Era el último eclipse solar del siglo y se recomendaba subir a la Provincia de El Loa para verlo con un 90% de cobertura, aunque el sector más privilegiado iba a ser la cumbre del Montecristo y el volcán Panire, pero eso implicaba subir 3 mil metros sobre el nivel del mar.
También se advertía un riesgo: ¿qué pasaba si la gente miraba así no más? Se daba el ejemplo de un eclipse en México que "por cometer dicho error, produjo cincuenta mil ciegos, esperándose potencialmente, en el caso de Chile, la suma de once mil", decía "La Estrella" en ese entonces.
Por lo mismo, en las calles la novedad era la venta de lentes con filtro para ver el eclipse, que costaban entre $1.800 y $2.500. El problema era que no habían suficientes gafas en Antofagasta para que todos vieran el eclipse. "Es mejor que las personas recurran a la televisión", recomendaba el director del Servicio de Salud, Manuel Zamorano.
Como el fenómeno iba a ocurrir en la mañana, entre las 8.24 y las 10.36 horas, ya se preveía que iban a ir pocos niños a clase. El seremi de Educación, Juan Antonio Córdova, decía que el eclipse podía ser utilizado como trabajo didáctico relevante y que iba a depender de los papás si mandaban a sus hijos al colegio o no.
El día
Y varios niños no fueron a clases: el 30% del alumnado faltó. La gente madrugaba ese 3 de noviembre y los extraños rumores corrían de boca en boca. Decían, por ejemplo, que si las mujeres embarazadas veían el eclipse y se llevaran la mano al vientre, el bebé iba a nacer con un lunar en alguna parte. O que iba a hacer mucho, mucho frío.
A las 8.30 horas, con la región aperada de sus gafas (a todo esto, a última hora las remataron a $800 cada una), comenzó el tan esperado eclipse solar. "Los nortinos comenzamos a presenciar el fenómeno más relevante que hayamos visto, tanto en directo como a través de la pantalla", decía la crónica del día siguiente.
Pero claro, la televisión transmitía desde Putre con el cielo oscureciéndose, los científicos saltando de alegría y cientos bailando con las bandas de bronce, pero en Antofagasta la cosa se veía tan normal, porque la luminosidad fue la misma. "Esperaba que la mañana se convirtiera en noche", decía decepcionada la secretaria Mabel López.
Lo que sí se sintió fue algo de frío. En Antofagasta la temperatura bajó de los 18 a los 16 grados y nadie quedó ciego, de acuerdo a la información del Hospital Regional y la Clínica Antofagasta. En Tocopilla sí ocurrieron casos, según reportaba este diario. "Extrañeza causó sí cierto malestar a la vista manifestado por muchas personas, atribuible sin duda al eclipse solar, porque la curiosidad pudo, en muchos casos, más que las permanentes medidas preventivas que se anunciaron y no fueron pocos los que se las ingeniaron en la confección de extraños aparatos, a modo de lentes, los que indudablemente no reunían la más mínima seguridad".
En Calama, la temperatura bajó bastante. Si el promedio eran 14 grados a esa hora, durante el eclipse estuvo en 11. Chuquicamatinos y calameños salieron en familia, con gafas, a mirar los cielos. Los humos de las chimeneas de Chuqui bajaron su intensidad durante los momentos del eclipse.
Decepción para algunos, alegría para otros, pero en la región la gente igual quedó maravillada con el fenómeno pese a no verlo en su total dimensión. Los alumnos volvieron a clases, no hubo mayor trastorno en la vida diaria, "y todo presagio supersticioso fue descartado, porque en todo esto el mundo sigue su curso natural", finalizaba "La Estrella" en ese lejano año 94.