Cartas
Rotary Club
Señor director:
En un mundo con intensos problemas de convivencia entre las naciones; en un instante en que la humanidad a veces, en un desorbitado torbellino pierde la noción de los valores más importantes, en que por momentos se piensa que el egoísmo supera a la generosidad; en un instante en que se habla de crisis moral más que material, resulta enormemente reconfortante en recordar el cumpleaños de una de las instituciones más queridas en la comunidad como es Rotary Club al cumplir 115 años de su fundación acaecido un 23 de febrero de 1905 en Chicago, Estados Unidos.
Resulta reconfortante estar viendo la actuación de un grupo de hombres y mujeres de bien, como son los rotarios, que han hecho voluntariamente profesión de servicio hacia sus semejantes.
El servicio a la comunidad es una tarea apasionante cuando no es guiada por ambiciones personales. Sabemos que el ser humano puede ser reacio, en un comienzo, a darse por entero a una obra de esta naturaleza, pero cuando se apasiona por ella, nunca más lo abandona con el egoísmo sano de quien siente desbordársele el corazón dentro del pecho al comprender que ha contribuido en un pequeño porcentaje a aliviar el dolor de un semejante.
Porque pronto quien da y más da, se da por entero a sus semejantes, se convence que recibe, en satisfacción íntima, privada, propia, más de lo que ha dado, muchísimo más. Quien da, por el contrario, pensando en recibir algo a cambio, sufre la mayoría de las veces grandes desencanto y se siente frustrado, porque en un acto no hay amor. Y sin amor, no hay vida, no hay esperanza, no se da ni se recibe nada. Y los hombres necesitan unirse para emprender tareas. Solos es difícil que hagan algo. Eso lo comprendió en 1905 Paul Harris, un joven abogado de Chicago formando el primer Club Rotario del mundo junto a otros hombres. Bello era el propósito y grande la idea. Grandes personajes de notable calidad, hombres de selección, vestidos con luces de eternidad y humildad acudieron a la cita. Eran ilustres cruzados del ideal de servicio. Decimos con unción los nombres de Silvestre Schiele, comerciante de carbón; Gustavus Loerhr, ingeniero de minas; Hiram Shorey, sastre y Paul Harris, abogado.
¡Qué ejemplo más sublime de desinterés personal! ¡Qué voluntad más absoluta de servicio! ¡Qué grandeza más pura de alma! la que nos ofrecieron estos grandes hombres, estos primeros grandes rotarios.
Arturo Mardones Segura
Rotary Club Chuquicamata