Diez años de los Pingüinos: La revolución de vestón y mochila
Fue el primer gran movimiento social de la década pasada. En cosa de semanas, prácticamente todos los liceos del país se paralizaron exigiendo una mejor educación, y, a una década de la revolución, hablan sus protagonistas.
Es difícil que alguien pueda asegurar -con total certeza- que está siendo protagonista de un proceso histórico. En algún momento eso debe haber pasado por las mentes de miles de estudiantes que salieron a las calles en mayo de 2006, cuando en un par de semanas paralizaron casi la totalidad de los liceos y colegios del país en rechazo a temas que le aquejaban a todos, como el alza en el pago de la PSU, o la propia infraestructura local. Es cosa de preguntarle a cualquiera que estuvo dentro de las tomas de sus liceos, vigilando durante las noches, haciendo almuerzo para cientos de compañeros, escribiendo pancartas, marchando en las calles. Ellos se sentían parte de un proceso histórico que, diez años después, algunos piensan que aún no se termina de escribir.
Los pingüinos
Carolina Reyes (27) cuenta que en Calama partió todo. Con varios compañeros del colegio Juan Pablo II eran parte del movimiento "Zapatazo", en homenaje al líder mexicano Emiliano Zapata. "Lo que buscaba el 'Zapatazo' era agrupar a los distintos liceos de Calama para hacer un movimiento amplio", cuenta Reyes, hoy estudiante de derecho de la UA. En la elección del Centro de Alumnos de ese colegio, el 90% fue a votar por ellos. "Pedíamos educación gratuita, que se acabara la subvención, estaba la embarrada".
Ese año fue la primera vez que Carolina se tomó un colegio. Para envalentonarse, con varios compañeros veían el documental "Actores Secundarios", una película de 2004 que parte con la historia de siete alumnos del Liceo Arturo Alessandri de Providencia que fueron expulsados de su colegio por hacer un video reconstruyendo la toma que había vivido ese establecimiento en 1985.
Justo por esos días, los profesores del Juan Pablo II estaban en conflicto con la dirección. "Me alineé con los profesores, nos dieron apoyo y hubo una marcha", dice. La toma salió altiro. En Santiago, el ministro de Educación, Martín Zilic, enfrentaba la primera gran manifestación, el 26 de abril. En ese momento, los estudiantes pedían pase escolar gratuito para la enseñanza media.
A miles de kilómetros de ahí, en Antofagasta, unos trescientos secundarios salían a la calle el 10 de mayo. Paralelamente habían dos dirigencias: los que se agrupaban en la Federación de Estudiantes Secundarios de Antofagasta (Fesa), presidida por Ana María del Castillo y los del Movimiento de Estudiantes Secundarios (Moves), de Mauricio León. El pliego de petitorios partía en PSU diferenciada y gratuita, pase escolar único, prácticas pagadas, derogación de la Jornada Escolar Completa, entre otras.
"Era un petitorio bien completo", recuerda Ana María, hoy presidenta de la Fundación "Juguemos Rugby". A ella le tocó viajar a Santiago para representar a la Coordinadora de Estudiantes de Antofagasta, fusión de la Fesa y el Moves. Por cuatro días, alojando en colegios y debatiendo en el Liceo Barros Borgoño, Ana María del Castillo fue la cara del movimiento antofagastino en la capital. Diez años después, piensa que el movimiento tuvo la capacidad de mover una gran cantidad de masas, pero que al final era otra muestra más del centralismo.
"Todas las regiones nos movilizamos en vano, porque los dirigentes de Santiago tomaron todas las decisiones. Cuando llegamos allá nos dimos cuenta que era un tongo. Mucho ruido, pero las decisiones las tomaba un par y el resto era salir a las calles a meter ruido", dice.
Dave Villafaña estaba, ese año, en su tercer período como presidente del Ceal del Don Bosco de Antofagasta. Cuando en cada liceo había un montón de sillas cerrando su entrada, Villafaña se propuso debatir qué pito tenían que tocar acá los colegios particulares-subvencionados como el suyo. "Los mismos chiquillos del colegio fueron instalando la demanda, pensando que teníamos compañeros del Industrial que no estaban en las mismas condiciones nuestras. Ahí se notaban las diferencias", dice el entonces pingüino, hoy psicólogo en la Municipalidad de La Pintana.
Con la idea puesta de plegarse al movimiento, se creó la Asamblea de Colegios Particulares y Subvencionados de Antofagasta. Pablo Herrera Monardes -estudiante del Eagle School- fue uno de los fundadores. "El sistema educativo era deficiente. Era un sistema segregador y no ayudaba ni contribuía a superar las desigualdades en el país". Ellos nunca se tomaron el colegio, pero sí participaron en cada marcha que se convocaba, dice. "Nos tocó jugar un rol súper importante. Se rompió el mito que ésto era de los colegios públicos y que eran solamente ellos los que sufrían las consecuencias de este sistema".
-¿Cómo crees que pasará a la historia la Revolución Pingüina?
-Hoy hablar de cambios estructurales es muy difícil porque no han existido. Pero sí el movimiento empieza a tomar mayores fuerzas desde la revolución del 2006, empieza a tomar más cuerpo como un movimiento socia impulsando los debates a nivel país en los últimos diez años. No es menor que no haya Presidente de la República que no se haya podido presentar sin tener un planteamiento como educación.
Herrera es hoy kinesiólogo, egresado de la Universidad de Antofagasta. En esa misma casa de estudios fue presidente de su Federación de Estudiantes, y también dirigente de la Confech. "Lo que viví fue decidor en el camino que ahora llevo a cabo", dice.
Sillas en las rejas
Francisco Vergara era uno de los dirigentes del Liceo de Hombres en días donde prácticamente todos los colegios estaban paralizados, imagen que por entonces daba la vuelta a un mundo sorprendido que sólo tenía referencias de Chile por Pinochet y su dictadura. Esta vez, a quince años del regreso a la democracia, el primer gran descontento social venía vestido de vestón, corbata y mochila.
-En la adolescencia había un sentimiento de rebeldía que es muy natural e innato, de querer que las cosas mejoren y que hayan buenas condiciones. Fue súper rato en ese tiempo: todo el mundo te apoyaba, los vecinos, apoderados. Toda la comunidad iba y tocaba la bocina o iba a dejar víveres al liceo- recuerda.
Estar a cargo de un liceo suponía mucha improvisación y -sobre todo- esfuerzos por organizar a una masa decidida a quedarse hasta el último. Con ello, había que pensar en alimentación, limpieza, administración y vigilancia. Sin más medios de comunicación que la tele, que estaba concentrada en el feroz cabezazo de Zinedine Zidane a Marco Materazzi en el mundial de Alemania, saber qué pasaba en otro colegio dependía -a veces- de suponer cosas. En la mitad de la noche, con walkie talkies, varias veces se corrieron informaciones de universitarios tomándose colegios que jamás fueron. En algunas escuelas, como la E-81 "Héroes de la Concepción", los mismos apoderados se tomaban las instalaciones.
El 1 de junio, el colegio San Agustín se baja de la toma, al parecer por presiones. "Optamos por terminar la toma porque simplemente estábamos muy cansados", dice la presidenta del Ceal Sonya Giménez. Por otro lado, Marcela Hernando, intendenta de entonces, dice que hay un acuerdo por no desalojar los establecimientos y que "hay mucho diálogo con los alumnos".
Pese a que el 9 de junio los voceros antofagastinos anuncian que se bajarán las movilizaciones, algunos establecimientos siguen de toma. El Liceo de Hombres exigió un mejor comedor y baños. "No creo que nada haya cambiado" reflexiona Francisco Vergara, hoy periodista. "El liceo sigue manteniendo la misma infraestructura"
-¿Tendrá que pasar otra generación?
-Es que la culpa no es la generación, es el gobierno que no ha apostado por resolver esta situación por otros intereses o situaciones coyunturales que privilegian otras posiciones.
Con el correr de las semanas, hubo denuncias de vandalismo en los colegios que iban bajando las tomas. En la escuela E-97, un grupo de neonazis -eso dijeron los voceros- entró al colegio con palos y otros objetos para rayar lo que pillaron, destrozando vidrios y dañando seriamente la biblioteca.
Según Carolina Reyes, desde el punto de vista histórico, la revolución del 2006 fue el gatillante para una ola de movilizaciones futuras. "Fue el despertar de la conciencia", dice. "Los cabros ya lo veían así. 'Sumémonos', decían. Todo el mundo se sumaba y se sumaba".